Hace mucho que usamos este mismo vestido
en la casa,
en la iglesia,
y el gobierno.
Nos hemos habituado tanto a usarlos
que ahora nos da miedo
y no nos atrevemos a cambiarlo,
com si con el cambio
nos quedáramos muertos.
Ajustamos los pasos,
las costumbres, los credos,
el amor,
los pensamientos,
a la estrechez reseca de este traje
apolillado y viejo,
que empezó siendo objeto de servicio
y se nos ha trocado en carcelero.
Yo digo, sin embargo, que en la vida
hay mucho traje fresco.
Que debemos quemar este gangoche
donde ya nos cabe el pensamiento.
Los importante es decir un día de todos:
-¡A ldiablo este vestido polvoriento!
Y agarrarlo con cólera y rasgarlo
y quedarse desnudo en medio del viento
(Estando uno desnudo busca traje
aunque tenga que hacerlo
deshilándose
el cuerpo).
Lo importante es tirar este vestido,
encontrar uno nuevo
y no dejar jamás que se nos hunda
en la piel y los huesos,
porque entonces, amigos, deja de ser vestido
y se nos hace amo y carcelero.
Jorge de Bravo